EN BUSQUEDA DE RECONOCIMIENTO…
Por Sergio Granillo
¿Qué tienen en común el brote de violencia en Toronto y la Ciudad del Tomate? Parecen dos cosas totalmente desconectadas, pero existen al menos dos elementos en común, ambas cosas ocurren en Ontario y tienen qué ver con minorías.
Leamington, Ontario, es una pequeña ciudad donde se cultiva tomate, razón por la cual ha sido bautizada como la Ciudad del Tomate; ahí se acaba de abrir un nuevo Consulado de México, debido a que ahí habitan cientos de miles de mexicanos.
La apertura de este centro diplomático obedece no sólo a la gran presencia de mexicanos, sino a la urgente necesidad del reconocimiento oficial de las autoridades canadienses y ontarianas a un grupo de trabajadores que llevan años desempeñando trabajos agrícolas que los canadienses –y ninguna otra raza aquí asentada- desea llevar a cabo, pero carecen de los derechos que otros trabajadores gozan.
Aún cuando existen programas oficiales del gobierno para “importar” mano de obra barata, la realidad es que una vez habiendo llegado al país, se les deja a merced de los empleadores que –como he visto de manera directa- dan un trato casi de ilegales; y volvemos al punto tan reiteradamente aquí abordado, el trabajo cotidiano es aceptado en el ámbito económico, los resultados patentes, pero no hay una compensación en términos de igualdad laboral, como cualquier otro trabajo desempeñado en tierras canadienses.
La ley tiene una naturaleza universal de igualdad, al menos en teoría, por la cual, a trabajos iguales, debe haber igual retribución y derechos. En los hechos, no es así. En la medida que la misma situación es sufrida por un número creciente de personas, esto puede tomar distintos rumbos. Ya es un problema de grupo.
Y entramos en materia, en la relación con los hechos de violencia que ha venido registrando la Great Toronto Area (GTA), pues al parecer los crímenes han ocurrido entre personas de la comunidad de origen afro.
Son dos maneras de pedir atención, por las buenas –mediante la apertura de una representación diplomática- o por las malas –a balazos-.
Canadá se enorgullece de su carácter cosmopolita y gran tolerancia, y sin embargo se perciben desigualdades en el trato y la falta de atención a las demandas de las necesidades de ciertos grupos.
En el caso de la Ciudad del Tomate, es la comunidad mexicana que está diciendo, ya estamos aquí y seguiremos viniendo, porque alguien tiene que hacer el trabajo agrícola; los ciudadanos canadienses disfrutan en sus mesas de productos del campo, pero la gente encargada de hacerlo posible no goza ni remotamente de las prestaciones, niveles salariales, ni beneficios que otros trabajadores tienen. Demandan atención.
Ciertos estratos sociales de los afrocanadienses también están buscando atención. Ya el alcalde de Toronto ha dicho que, como en los casos conocidos de otras metrópolis, la solución a la violencia no es sólo destacar más policías, sino encontrar las razones que están generando el problema.
Se tiene claro que existe un mercado negro de armas, posiblemente infiltrado de los Estados Unidos, pero también se han dado cuenta de que los jóvenes de clases económicas bajas carecen de oportunidades para ocuparse, tanto en estudiar como de trabajar; hacen falta programas y quizá infraestructura para el esparcimiento. Como dicen las abuelitas, el ocio es la madre de todos los vicios.
La capacidad que hasta ahora había demostrado Toronto para albergar en una sana convivencia a personas de los más diversos orígenes culturales y geográficos, parece estar dando muestras de desgaste; algo ya no está funcionando, y antes de que se generalicen y salgan de control tales fenómenos, como ocurrió en Nueva York, es tiempo de atenderlos, desde la perspectiva social y policíaca, como en el ámbito económico.
Es como las licencias de manejar. A la hora de que un inmigrante desea obtenerla, lo consideran a uno analfabeta en la conducción de vehículos, no vale ninguna experiencia anterior en los países de origen; el examen es durísimo, se exige una total perfección al volante, ángeles conduciendo quieren ellos; y en las calles, quién demonios los controla, manejan como bestias, nadie respeta límites de velocidad, vueltas prohibidas, pasos peatonales, etc.
¿Qué tienen en común el brote de violencia en Toronto y la Ciudad del Tomate? Parecen dos cosas totalmente desconectadas, pero existen al menos dos elementos en común, ambas cosas ocurren en Ontario y tienen qué ver con minorías.
Leamington, Ontario, es una pequeña ciudad donde se cultiva tomate, razón por la cual ha sido bautizada como la Ciudad del Tomate; ahí se acaba de abrir un nuevo Consulado de México, debido a que ahí habitan cientos de miles de mexicanos.
La apertura de este centro diplomático obedece no sólo a la gran presencia de mexicanos, sino a la urgente necesidad del reconocimiento oficial de las autoridades canadienses y ontarianas a un grupo de trabajadores que llevan años desempeñando trabajos agrícolas que los canadienses –y ninguna otra raza aquí asentada- desea llevar a cabo, pero carecen de los derechos que otros trabajadores gozan.
Aún cuando existen programas oficiales del gobierno para “importar” mano de obra barata, la realidad es que una vez habiendo llegado al país, se les deja a merced de los empleadores que –como he visto de manera directa- dan un trato casi de ilegales; y volvemos al punto tan reiteradamente aquí abordado, el trabajo cotidiano es aceptado en el ámbito económico, los resultados patentes, pero no hay una compensación en términos de igualdad laboral, como cualquier otro trabajo desempeñado en tierras canadienses.
La ley tiene una naturaleza universal de igualdad, al menos en teoría, por la cual, a trabajos iguales, debe haber igual retribución y derechos. En los hechos, no es así. En la medida que la misma situación es sufrida por un número creciente de personas, esto puede tomar distintos rumbos. Ya es un problema de grupo.
Y entramos en materia, en la relación con los hechos de violencia que ha venido registrando la Great Toronto Area (GTA), pues al parecer los crímenes han ocurrido entre personas de la comunidad de origen afro.
Son dos maneras de pedir atención, por las buenas –mediante la apertura de una representación diplomática- o por las malas –a balazos-.
Canadá se enorgullece de su carácter cosmopolita y gran tolerancia, y sin embargo se perciben desigualdades en el trato y la falta de atención a las demandas de las necesidades de ciertos grupos.
En el caso de la Ciudad del Tomate, es la comunidad mexicana que está diciendo, ya estamos aquí y seguiremos viniendo, porque alguien tiene que hacer el trabajo agrícola; los ciudadanos canadienses disfrutan en sus mesas de productos del campo, pero la gente encargada de hacerlo posible no goza ni remotamente de las prestaciones, niveles salariales, ni beneficios que otros trabajadores tienen. Demandan atención.
Ciertos estratos sociales de los afrocanadienses también están buscando atención. Ya el alcalde de Toronto ha dicho que, como en los casos conocidos de otras metrópolis, la solución a la violencia no es sólo destacar más policías, sino encontrar las razones que están generando el problema.
Se tiene claro que existe un mercado negro de armas, posiblemente infiltrado de los Estados Unidos, pero también se han dado cuenta de que los jóvenes de clases económicas bajas carecen de oportunidades para ocuparse, tanto en estudiar como de trabajar; hacen falta programas y quizá infraestructura para el esparcimiento. Como dicen las abuelitas, el ocio es la madre de todos los vicios.
La capacidad que hasta ahora había demostrado Toronto para albergar en una sana convivencia a personas de los más diversos orígenes culturales y geográficos, parece estar dando muestras de desgaste; algo ya no está funcionando, y antes de que se generalicen y salgan de control tales fenómenos, como ocurrió en Nueva York, es tiempo de atenderlos, desde la perspectiva social y policíaca, como en el ámbito económico.
Es como las licencias de manejar. A la hora de que un inmigrante desea obtenerla, lo consideran a uno analfabeta en la conducción de vehículos, no vale ninguna experiencia anterior en los países de origen; el examen es durísimo, se exige una total perfección al volante, ángeles conduciendo quieren ellos; y en las calles, quién demonios los controla, manejan como bestias, nadie respeta límites de velocidad, vueltas prohibidas, pasos peatonales, etc.
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