LA NACIÓN CHICANA Y EL MÉXICO POST-ELECTORAL
(Publicado en El Correo Canadiense)
Por Sergio Granillo
Mientras millones de mexicanos indocumentados siguen luchando por la legalización de su estatus en los Estados Unidos, aquéllos que siguen radicando en la República Mexicana se preparan para votar el próximo 2 de julio y elegir al sucesor de Vicente Fox, así como a diputados, senadores, algunos gobernadores y alcaldes.
En medio de largas campañas y una sucia guerra propagandística, el reacomodo de fuerzas políticas y alianzas ofrece un panorama de caos, confusión, desinformación y propagación del temor.
México es una nación de profundos contrastes sociales, más de 60 millones de personas en extrema pobreza, indígenas olvidados desde tiempos históricos, obreros hundidos en la orfandad política y la constante violación a sus derechos laborales, comerciantes ambulantes; ellos cohabitan con una clase media que se debate entre la supervivencia económica, el sueño de la globalización económica y una delincuencia sin control, así como magnates que ocupan los primeros lugares en la lista de multimillonarios de Forbes.
La clase política mexicana no conoce realmente de ideologías, aunque mucha gente sigue creyendo en el capitalismo panista y en la idealizada imagen de un líder que promete una vuelta al paternalismo de los viejos tiempos priistas.
Uno de los elementos más álgidos y dramáticos en el panorama político mexicano es el candidato del Partido de la Revolución Democrática (PRD), ex-alcalde de la Ciudad de México, Andrés Manuel López Obrador, presunto adalid de la izquierda mexicana, con filias políticas hacia Fidel Castro y el presidente venezolano, Hugo Chávez.
Los pobres lo aclaman como su gran héroe, abrazado por los “viejitos y viejitas” de la Ciudad de México, mientras que la asfixiada clase media nacional se ha dado a la tarea de difundir las historias más macabras, que no cesan de compararlo con el controvertido presidente venezolano, Hugo Chávez.
Se ha llegado a afirmar que López Obrador, más conocido como el “Peje”, no aceptará una derrota, que tiene preparados grupos guerrilleros entrenados incluso por personal de las fuerzas armadas venezolanas y por estrategas cubanos para dar un golpe de Estado.
En el mismo tenor, se difunde por medios masivos y por Internet –en una verdadera guerra sucia psicológica- la idea de la instauración de un gobierno comunista, promotor de una economía de Estado, de un régimen no sólo totalitario, sino aún militarizado; peleado a muerte con el capitalismo y los millonarios.
Existen, por otra parte, quienes habiendo repudiado las estrategias del PRI para mantenerse en el poder, esperan que Vicente Fox manipule las elecciones a favor del candidato de su partido, para afianzarse en el poder, como antaño lo hizo el partido tricolor.
En una suerte de ironía histórica, este escenario semeja en mucho al de mediados del siglo XIX, cuando México perdió más de la mitad de su territorio en manos del Ejército de los Estados Unidos. Época de guerras intestinas, con caudillos que en el centro del país se enfrentaban entre sí disputándose la presidencia de un país dividido, abandonado en sus costas, en sus sierras, sus minas, sus pueblos, sus selvas y sus fronteras.
Ante el imperio del caos, la traición y la ambición, la nación mexicana se vio desmembrada, los territorios que hasta 1848 pertenecieron a México: la Alta California, Nuevo México y Texas, fueron anexados al naciente imperio norteamericano, constituyendo lo que hoy son los estados de California, Nevada, Utah, Arizona, y parte de Colorado, Nuevo México y Wyoming
En tono de sueño o fantasía, se ha dicho que la presencia de millones de mexicanos –legales e ilegales- en los Estados Unidos, constituye una añeja revancha por recuperar el territorio arrebatadp; y como en aquella época, los héroes de esa batalla constituyen un “ejército de leva”, gente empobrecida, sin futuro, que engrosaba los improvisados grupos armados de algunos caudillos. Los pobres mexicanos del siglo XXI se han lanzado solos a la reconquista, no del territorio, pero sí de su nación, la nación chicana, extendida a lo largo y ancho de la Unión Americana.
Mientras tanto, el centro del país observa la rebatinga por el poder, sin ideologías, sin compromisos, sin planes de gobierno auténticos o realistas, y nadie se pregunta, ¿qué pasaría ante una eventual crisis del poder político en México? ¿Qué está dispuesto a hacer el gobierno de Bush en aras de su guerra contra el terrorismo y para proteger la seguridad nacional? De ganar el candidato presuntamente aliado de la izquierda latinoamericana, López Obrador, ¿el gobierno norteamericano respetará la voluntad soberana del vecino del sur?
Por Sergio Granillo
Mientras millones de mexicanos indocumentados siguen luchando por la legalización de su estatus en los Estados Unidos, aquéllos que siguen radicando en la República Mexicana se preparan para votar el próximo 2 de julio y elegir al sucesor de Vicente Fox, así como a diputados, senadores, algunos gobernadores y alcaldes.
En medio de largas campañas y una sucia guerra propagandística, el reacomodo de fuerzas políticas y alianzas ofrece un panorama de caos, confusión, desinformación y propagación del temor.
México es una nación de profundos contrastes sociales, más de 60 millones de personas en extrema pobreza, indígenas olvidados desde tiempos históricos, obreros hundidos en la orfandad política y la constante violación a sus derechos laborales, comerciantes ambulantes; ellos cohabitan con una clase media que se debate entre la supervivencia económica, el sueño de la globalización económica y una delincuencia sin control, así como magnates que ocupan los primeros lugares en la lista de multimillonarios de Forbes.
La clase política mexicana no conoce realmente de ideologías, aunque mucha gente sigue creyendo en el capitalismo panista y en la idealizada imagen de un líder que promete una vuelta al paternalismo de los viejos tiempos priistas.
Uno de los elementos más álgidos y dramáticos en el panorama político mexicano es el candidato del Partido de la Revolución Democrática (PRD), ex-alcalde de la Ciudad de México, Andrés Manuel López Obrador, presunto adalid de la izquierda mexicana, con filias políticas hacia Fidel Castro y el presidente venezolano, Hugo Chávez.
Los pobres lo aclaman como su gran héroe, abrazado por los “viejitos y viejitas” de la Ciudad de México, mientras que la asfixiada clase media nacional se ha dado a la tarea de difundir las historias más macabras, que no cesan de compararlo con el controvertido presidente venezolano, Hugo Chávez.
Se ha llegado a afirmar que López Obrador, más conocido como el “Peje”, no aceptará una derrota, que tiene preparados grupos guerrilleros entrenados incluso por personal de las fuerzas armadas venezolanas y por estrategas cubanos para dar un golpe de Estado.
En el mismo tenor, se difunde por medios masivos y por Internet –en una verdadera guerra sucia psicológica- la idea de la instauración de un gobierno comunista, promotor de una economía de Estado, de un régimen no sólo totalitario, sino aún militarizado; peleado a muerte con el capitalismo y los millonarios.
Existen, por otra parte, quienes habiendo repudiado las estrategias del PRI para mantenerse en el poder, esperan que Vicente Fox manipule las elecciones a favor del candidato de su partido, para afianzarse en el poder, como antaño lo hizo el partido tricolor.
En una suerte de ironía histórica, este escenario semeja en mucho al de mediados del siglo XIX, cuando México perdió más de la mitad de su territorio en manos del Ejército de los Estados Unidos. Época de guerras intestinas, con caudillos que en el centro del país se enfrentaban entre sí disputándose la presidencia de un país dividido, abandonado en sus costas, en sus sierras, sus minas, sus pueblos, sus selvas y sus fronteras.
Ante el imperio del caos, la traición y la ambición, la nación mexicana se vio desmembrada, los territorios que hasta 1848 pertenecieron a México: la Alta California, Nuevo México y Texas, fueron anexados al naciente imperio norteamericano, constituyendo lo que hoy son los estados de California, Nevada, Utah, Arizona, y parte de Colorado, Nuevo México y Wyoming
En tono de sueño o fantasía, se ha dicho que la presencia de millones de mexicanos –legales e ilegales- en los Estados Unidos, constituye una añeja revancha por recuperar el territorio arrebatadp; y como en aquella época, los héroes de esa batalla constituyen un “ejército de leva”, gente empobrecida, sin futuro, que engrosaba los improvisados grupos armados de algunos caudillos. Los pobres mexicanos del siglo XXI se han lanzado solos a la reconquista, no del territorio, pero sí de su nación, la nación chicana, extendida a lo largo y ancho de la Unión Americana.
Mientras tanto, el centro del país observa la rebatinga por el poder, sin ideologías, sin compromisos, sin planes de gobierno auténticos o realistas, y nadie se pregunta, ¿qué pasaría ante una eventual crisis del poder político en México? ¿Qué está dispuesto a hacer el gobierno de Bush en aras de su guerra contra el terrorismo y para proteger la seguridad nacional? De ganar el candidato presuntamente aliado de la izquierda latinoamericana, López Obrador, ¿el gobierno norteamericano respetará la voluntad soberana del vecino del sur?
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