CAMPAÑAS POLITICAS: CARTAS A SANTA CLAUS
Por Sergio Granillo
(Publicado en El Correo Canadiense)
Sea Canadá o cualquiera otra nación, la política y los políticos siguen las mismas recetas que los romanos y algunos filósofos de la Edad Media y del siglo XIX, que se resume en “pan y circo”.
Una vez disuelto formalmente el Parlamento Canadiense, los líderes de los cuatro partidos políticos se lanzaron a abrazar bebés y dar conferencias de prensa, recorriendo todos los rincones del país, con una agenda llena de tantas propuestas, que emulan las largas cartas a Santa Claus, ofreciendo a los electores toda clase de “milagros”.
Apoyo a familias con niños pequeños para pagar guarderías, reducir impuestos, crear otros impuestos para proteger el medio ambiente, reducir los tiempos de espera en el sistema de salud, etc.
Todo estaba fríamente calculado, los discursos de los políticos parecen haber sido redactados hace meses, los medios de comunicación montados en los “pools” oficiales de campaña, unos más alineados que otros, algunos prometiendo no saturar al público con noticias de campaña, que además promete ser incómoda por larga y por coincidir con las fiestas navideñas.
El hecho más notorio de todo esto es que los políticos y el resto de la gente en este país parecen moverse en carriles totalmente diferentes.
A un lado quedan hechos tan importantes como el dramático aumento de los crímenes a mano armada en Toronto, vinculados a inestabilidad social en grupos étnicos bien definidos (causa similar a las graves revueltas urbanas registradas en París), el cierre de importantes plantas industriales, la creciente frustración de inmigrantes que se topan con una marcada discriminación laboral y que siguen aumentando el número de pobres en Canadá.
Particularmente, la seguridad pública, la economía y las minorías (étnicas) “(in)visibles”, son tres importantes asuntos que hasta ahora han quedado totalmente fuera de la agenda política de los conservadores, los liberales, el bloque quebequense y el NDP.
Un especialista en política canadiense y profesor en la Universidad de York, Allan C. Hutchinson, ha elaborado un interesante diagnóstico acerca del “estado de la democracia en Canadá”, que estarán contenidos en un libro que está por publicar; el especialista hace una serie de señalamientos muy interesantes…
Canadá ostenta el cuarto lugar mundial como ejemplo de país democrático, detrás de Noruega, Suecia y Australia, y sin embargo, las elecciones que se avecinan para enero del 2006 muestran un fuerte desgaste en las bases de su sistema democrático. Hutchinson afirma: “Lo que ahora se toma como ‘democracia’ es un estrecho, elitista y hueco cumplimiento de lo que tan profusamente ofrece”.
Y explica que la democracia posee elementos “formales” y “sustantivos”, es decir en su forma y en su esencia; en ambos casos –explica- “el paraíso está en problemas”, refiriéndose al estado de la democracia canadiense.
La participación real que tiene la gente en el gobierno de una nación, que va más allá de acudir a votar el día de las elecciones, y en segundo lugar las condiciones generales en que esa gente vive, producto de su participación en las decisiones de gobierno, esa es la definición esencial de democracia: el gobierno del pueblo.
Las estadísticas más recientes indican que en las elecciones de 2004 sólo participó el 60.5% de los electores registrados en el padrón; en esa ocasión, los liberales obtuvieron el 36.7% de los votos; esto significa que del total de los canadienses con derecho a votar sólo el 22.2% apoyó el gobierno de Paul Martin.
Otro hecho es que importantes sectores del electorado, como mujeres, jóvenes e inmigrantes con ciudadanía, están sub-representados en el Parlamento y no son tomados en cuenta para las decisiones políticas.
Por otro lado, además de la apertura a la participación política, está el resultado de la misma, es decir, la calidad de vida de los ciudadanos; en ese renglón, la democracia canadiense, también parece estar en problemas…
Según las estadísticas económicas, el 10% de las familias canadienses posee el 55.7% del total de la “riqueza” del país; el 10% de las familias más, lejos de mejorar sus posesiones, sólo han visto aumentar sus deudas. En la última década, las diferencias entre ricos y pobres se ha acentuado más y este fenómeno de desigualdad social afecta sobre todo a grupos específicos: mujeres, ancianos, “no-blancos” y nuevos inmigrantes.
Estas realidades definitivamente no están dentro de los argumentos prefabricados de las campañas políticas y esto parece no preocuparles a los “canadienses-canadienses”, sean quienes sean… Yo me pregunto ¿se puede gobernar al margen de la verdadera voluntad ciudadana?
La estabilidad económica parece tener la elasticidad suficiente para sostener este alejamiento entre los políticos y la ciudadanía; el Estado de Derecho ha logrado contener hasta ahora tales diferencias, pues sigue imperando la legalidad en los hechos de gobierno, y pareciera que el perfil del ciudadano canadiense es más tolerante (o indiferente) que otras nacionalidades en el planeta.
(Publicado en El Correo Canadiense)
Sea Canadá o cualquiera otra nación, la política y los políticos siguen las mismas recetas que los romanos y algunos filósofos de la Edad Media y del siglo XIX, que se resume en “pan y circo”.
Una vez disuelto formalmente el Parlamento Canadiense, los líderes de los cuatro partidos políticos se lanzaron a abrazar bebés y dar conferencias de prensa, recorriendo todos los rincones del país, con una agenda llena de tantas propuestas, que emulan las largas cartas a Santa Claus, ofreciendo a los electores toda clase de “milagros”.
Apoyo a familias con niños pequeños para pagar guarderías, reducir impuestos, crear otros impuestos para proteger el medio ambiente, reducir los tiempos de espera en el sistema de salud, etc.
Todo estaba fríamente calculado, los discursos de los políticos parecen haber sido redactados hace meses, los medios de comunicación montados en los “pools” oficiales de campaña, unos más alineados que otros, algunos prometiendo no saturar al público con noticias de campaña, que además promete ser incómoda por larga y por coincidir con las fiestas navideñas.
El hecho más notorio de todo esto es que los políticos y el resto de la gente en este país parecen moverse en carriles totalmente diferentes.
A un lado quedan hechos tan importantes como el dramático aumento de los crímenes a mano armada en Toronto, vinculados a inestabilidad social en grupos étnicos bien definidos (causa similar a las graves revueltas urbanas registradas en París), el cierre de importantes plantas industriales, la creciente frustración de inmigrantes que se topan con una marcada discriminación laboral y que siguen aumentando el número de pobres en Canadá.
Particularmente, la seguridad pública, la economía y las minorías (étnicas) “(in)visibles”, son tres importantes asuntos que hasta ahora han quedado totalmente fuera de la agenda política de los conservadores, los liberales, el bloque quebequense y el NDP.
Un especialista en política canadiense y profesor en la Universidad de York, Allan C. Hutchinson, ha elaborado un interesante diagnóstico acerca del “estado de la democracia en Canadá”, que estarán contenidos en un libro que está por publicar; el especialista hace una serie de señalamientos muy interesantes…
Canadá ostenta el cuarto lugar mundial como ejemplo de país democrático, detrás de Noruega, Suecia y Australia, y sin embargo, las elecciones que se avecinan para enero del 2006 muestran un fuerte desgaste en las bases de su sistema democrático. Hutchinson afirma: “Lo que ahora se toma como ‘democracia’ es un estrecho, elitista y hueco cumplimiento de lo que tan profusamente ofrece”.
Y explica que la democracia posee elementos “formales” y “sustantivos”, es decir en su forma y en su esencia; en ambos casos –explica- “el paraíso está en problemas”, refiriéndose al estado de la democracia canadiense.
La participación real que tiene la gente en el gobierno de una nación, que va más allá de acudir a votar el día de las elecciones, y en segundo lugar las condiciones generales en que esa gente vive, producto de su participación en las decisiones de gobierno, esa es la definición esencial de democracia: el gobierno del pueblo.
Las estadísticas más recientes indican que en las elecciones de 2004 sólo participó el 60.5% de los electores registrados en el padrón; en esa ocasión, los liberales obtuvieron el 36.7% de los votos; esto significa que del total de los canadienses con derecho a votar sólo el 22.2% apoyó el gobierno de Paul Martin.
Otro hecho es que importantes sectores del electorado, como mujeres, jóvenes e inmigrantes con ciudadanía, están sub-representados en el Parlamento y no son tomados en cuenta para las decisiones políticas.
Por otro lado, además de la apertura a la participación política, está el resultado de la misma, es decir, la calidad de vida de los ciudadanos; en ese renglón, la democracia canadiense, también parece estar en problemas…
Según las estadísticas económicas, el 10% de las familias canadienses posee el 55.7% del total de la “riqueza” del país; el 10% de las familias más, lejos de mejorar sus posesiones, sólo han visto aumentar sus deudas. En la última década, las diferencias entre ricos y pobres se ha acentuado más y este fenómeno de desigualdad social afecta sobre todo a grupos específicos: mujeres, ancianos, “no-blancos” y nuevos inmigrantes.
Estas realidades definitivamente no están dentro de los argumentos prefabricados de las campañas políticas y esto parece no preocuparles a los “canadienses-canadienses”, sean quienes sean… Yo me pregunto ¿se puede gobernar al margen de la verdadera voluntad ciudadana?
La estabilidad económica parece tener la elasticidad suficiente para sostener este alejamiento entre los políticos y la ciudadanía; el Estado de Derecho ha logrado contener hasta ahora tales diferencias, pues sigue imperando la legalidad en los hechos de gobierno, y pareciera que el perfil del ciudadano canadiense es más tolerante (o indiferente) que otras nacionalidades en el planeta.
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