EL NEGOCIO DE LAS ILUSIONES

EL NEGOCIO DE LAS ILUSIONES
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Por Sergio Granillo

Cómo verse más delgado, cómo conquistar a la mujer (u hombre) de sus sueños, tener el status que siempre ha soñado, cómo conseguir mejor trabajo, cómo aprender inglés sin esfuerzos, cómo hacerse millonario de un día a otro...

La esencia de la mercadotecnia es ésa, vender ilusiones, asociar una necesidad humana real o latente a la compra de un producto o servicio, pero ¿cuál es el límite para engañar a los mexicanos y mexicanas?

Porque este asunto se da, y mucho, en la política... el mexicano igual que compra el billetito o llama ya para hacerse millonario de la noche a la mañana, le da su voto a un político mesiánico que ahora sí le va a hacer justicia, que ya no va a robar, que va a acabar con la corrupción.

La mentira, tan enraizada en la cultura mexicana, causa estragos en la sociedad por que genera una actitud auto-esclavizante, de sumisión, y genera una severa polarización social, pues con este “negocio de las ilusiones”, o quizá debemos llamarlo de las mentiras, unos pocos se hacen multimillonarios y muchos otros se hacen cada vez más pobres.

Uno de los ámbitos donde el efecto es mucho más dramático es en la educación, porque finalmente ahí es el semillero social, donde muchos padres dan todo a cambio de ver a sus hijos convertirse –al paso de los años- en importantes profesionistas; porque el solo hecho de “tener a los hijos” en tal o cual instituto es señal de status y para asegurarles un futuro ¿cuántas familia se endeudan hasta lo impensable por alcanzar ese sueño viviendo en una mentira constante?, ¿cuántos aceptan la bota represiva de los dueños de colegios que inmisericordemente explotan esa vanidad estúpida de los padres y pagan sueldos de miseria a los maestros?

Pocos saben que un fenómeno particularmente cruel y grave en México, según los expertos en pobreza, es que la educación ha dejado de ser un factor de movilidad social. Lo que en cristiano significa que tener más educación o una carrera universitaria, un postgrado, o ir a escuelas privadas, se traducirá automáticamente en una mejor calidad de vida o mejoría en los niveles de bienestar socio-económico. Eso ya no aplica en México.

No hay estudios específicos, pero el sentir popular es que los tianguistas, gente que “no estudió”, incluso muchos que se fueron de “mojados”, viven hoy en México mejor que muchos aquellos que compraron el “tren de la fantasía” de una universidad, en la que invirtieron años, dinero y muchos sacrificios, y difícilmente pueden ejercer sus carreras y acaban empleados en lo que sea, ganando salarios de miseria.

Dentro de un grupo de emigrantes mexicanos a Canadá, egresados de la misma universidad, del Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey, se generó un debate sobre pagar o no la beca de esa institución, una vez graduados; del que quiero comentarles...

Evidentemente, una deuda es una deuda y debe pagarse. El problema es la insatisfacción “del producto adquirido”, porque no hay garantías. Y así como el “Tec”, muchísimas otras instituciones privadas, están cubriendo un gran vacío que presuntamente debería atender el Estado, la educación, pero ofreciendo muchas veces un plus que difícilmente se traduce en la garantía de obtener un mejor trabajo que los egresados de otras instituciones.

Y es totalmente lícito abrir una escuela privada y hacer negocio con ella, pero una vez más me pregunto ¿cuáles son los límites? Y esto es muy difícil de establecer, sobre todo porque los usuarios o clientes de estas instituciones viven aferrados a esa ilusión, “pago caro, porque es bueno, por que me da status, porque es por el bien de mis hijos”; sí, pero si no hay garantía, si cada vez más egresados de cualquier institución de educación superior corre el riesgo real de nunca ejercer su carrera, ¿no se traduce esto en una inversión de alto riesgo?

El gran problema no es de quien hace el negocio, sino de la cultura de la mentira, del abuso que permiten los usuarios y clientes de los mimos, auto engañados por una falsa percepción de la realidad. Y a ello se suma la dualidad en la actitud de los patrones, que a sus hijos les pagan “la escuela que merecen”, porque los “educan mejor”, pero en su rol de patrones, cuando alguien egresado de esa misma escuela llega a pedirles empleo, les dicen: “son unos inútiles, engreídos, sin capacidad, quieren puestos directivos y ganar mucho, pero no saben hacer nada” y les niegan empleo o los someten a puestos muy bajos sin posibilidad de progresar.

La descomposición social, el aumento de la criminalidad, de los suicidios juveniles y aún de la crisis política y económica que vivimos, tiene mucho qué ver con esta cultura de la falsedad, de las apariencias; donde “aparentemente” alguien sale ganando, pero en el intrincado tejido social, saldrá dañado a la larga y además dañará a toda la comunidad. La mentira no es una disfunción privativa de los políticos, el sector privado también la ejerce.

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